viernes, 22 de diciembre de 2006

"Los Monos Enterrados"*

Me dijeron que venían
no me acuerdo de que parte,
y que sabían cosas de arte
y que hartas cosas sabían.

Y que venían a buscar
de esos monos enterrados,
mal hechos y mal forjados
que han dado mucho en sacar.

De esos que dicen las gentes
que los antiguos forjaban
y luego los enterraban
revueltos con sus parientes.

Son unos monos sin chiste,
con todas las patas chuecas,
que enterraban los aztecas
cuando fué la Noche Triste.

Y que ahora, según veo,
son cosas tan rebuscadas,
que sacan buenas mantadas
y las llevan al Museo.

Y duraron muchos días
buscando por dondequiera,
hasta en una nopalera
que era propia de mis tías.

Y después de harto buscar
y gastar bastantes cobres,
nada que hallaban los pobres
y ya hasta querían llorar.

Temprano se levantaban,
trabajaban todo el día,
y creo tanto les urgía
que hasta de noche escarbaban.

Y lo hacían con tanto anhelo
que casi no descansaban;
pero nada que sacaban
de abajo del entresuelo.

Y, al ver la navegación
y el mitote que traían
y que nada conseguían
me dió algo de compasión.

Y, pensándolo tantito,
dije así, como entre dientes:
"¡Ayúdales! ¡Pobres gentes!
¡No seas malo, Margarito!"

Y, hablando ya en otros tonos,
les dí tan fuerte ayudada,
que hallaron una mantada
de purititos monos.

Lo malo está que no puedo
explicarles como fué.
Tal vez algún día podré
aclararles el enredo.
__________
Nota: Ya comprenderán ustedes que en el argumento de mi poesía no puedo describir el cobre ni aclararles cómo le hice , pues no había de faltar quien los chismiara a los interesados y todo se echaba a perder; pero la verdad es que un día que se descuidaron tantito y que yo no andaba tan ocupado ni tenía mucho quihacer ni en qué divertirme, eché una buena maquila de esos monos orejones tan fierísimos y de animales y de pipas de tabaco y de otras cosas como ídolos y trastes de la antigüedad, y los pinté de azul y negro y colorado, con rayas blancas y amarillas, y los eché a cocer en un horno de calabazas que tengo en el corral de la humilde casa de ustedes, y los enterré en un solarcito que tengo en las orillas del río, bien repartiditos por todo aquello, y también en unos socavones de tuzas que casualmente me encontré, pues han de saber ustedes que yo le entiendo algo a eso de los monos de lodo, tanto que una vez hasta puse puesto en la plaza, en los días de la Nochebuena. Así es que fuí al solar con los señores y luego que me los fuí llevando, llevando y haciéndome el sorprendido para que los hallaran, comenzaron a sacarlos luego luego y hasta brincaban del gusto, y empezaron a decir que eran de los otomites, y yo... callado; y que eran de los chirimecos, y yo... callado, y que eran de unos hombres medio indios y medio no indios , que habían venido camine y camine , atravesando casi todo el mundo, y yo... callado; y que eran de quién sabe dónde, y yo... callado; y estaban tan contentos que me dieron muchos abrazos y hasta querían darme dinero; pero yo por nada en esta vida se los quise recibir, pues ¿cómo les iba a recibir centavos todavía después de que los estaba haciendo tontos? ¡Ni que fuera tan diatiro! Y al fin cargaron con todo el monerío y se lo llevaron con mucho cuidado para que no fueran a quebrarse, y hasta conmigo querían cargar para llevarnos a todos al Museo de México, y me sacaron muchas vistas en diferentes aposturas y hasta me dieron un puro que me dió una jaqueca y un dolorón de cabeza que válgame. Pero todavía esta es la hora de Dios en que nadie sabe que yo hice toda esa tandada de monos figurosos y mal hechos. Por eso no quise ponerlo en el argumento de mi poesía, y mucho les encargo y recomiendo que no se lo vayan a decir a nadie, ni menos a los interesados, si algún día vuelven por aquí, que Dios Nuestro Señor quiera que no, y no lo permita, pues ya hasta algo de miedo me está entrando con ese motivo , porque donde lleguen a saber que fuí yo el que hice los monos y los puse allí muy acomodaditos para que ellos los encontrararn quien sabe qué quieran hacer y cómo me vaya; peor si son servidores del Gobierno, pues entonces puede que hasta quieran arcabuciarme o seguirme otro perjuicio mayor. En fin , Dios dirá.

*Ledesma, Margarito Poesías Editorial Stilo, México D.F. 1952 pp 249

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