viernes, 1 de octubre de 2010

El Caminante




Brazada tras brazada, sentía que no llegaba a la orilla. El esfuerzo lo había dejado agotado, y cada revolcada lo hacía sentir que el agua salada le limpiaba hasta lo más profundo de la nariz. Poco a poco se dejó llevar hasta que sintió con sus manos el granulado, y sus rodillas eran abrasadas.
Tosió cuanto pudo, y en donde se sintió seguro, se dejó caer para recuperar el aliento. Su estampa era la de un vencido, de rodillas, recargado con las manos en el suelo y la cabeza gacha y jadeante. Parecía derrotado, aunque en realidad había salido avante de la contienda.

Cuando se pudo incorporar, se percató de que un sujeto, que le hizo recordar algo de sí, caminaba enérgicamente de un lado al otro. Avanzaba unos metros, paralelo al rompimiento de la espuma, y regresaba sobre la misma línea, cada vez con más enjundia. Quería terminar algo, pero parecía que nunca lo lograría. Entonces le preguntó qué era lo que hacía.

-¡Una trinchera!
-¿Así?
-¡Claro!

Caminaba sobre sus huellas, pisando lo más fuerte que podía para que su planta se hundiera más. Creía que si caminaba sobre la misma zona, iba a lograr hacer una profunda cavidad. Pero se veía frustrado cada vez que el agua arrasaba con su trabajo y con sus huellas, y tenía que volver a empezar.

Caminó dejando atrás al personaje de la trinchera. El sol lo había secado ya, y la sal había quedado sobre su cuerpo, provocándole una leve comezón. Buscó agua limpia para lavarse. Siguió su andar, viéndose de pronto caminando sobre el adoquín, en el camino de siempre. Ahora sentía sus rodillas desgastadas, y hubiera querido dejar lo que cargaba sobre su espalda, pero lo que guardaba ahí le era indispensable, no lo podía botar.

Veía el piso mientras avanzaba. Lucía igual que siempre, excepto porque vio una pluma negra tirada. Dio un paso y vió otra y se extraó cada vez más, porque a cada paso que daba, había más y más plumas negras de un ave de la cual no se veía ningún rastro, y conforme avanzaba pensaba en que esa última que había visto iba a ser la última que viera y daba unos pasos más y veía dos o tres y entonces creía que ahora sí no iba a ver otra y una aisalda se volvía a aparecer y ya había caminado mucho y seguía viendo plumas y más plumas negras e incluso hizo un quiebre y sintió alivio porque ya no era la línea sobre la que las había visto y entonces aunque aisladas, siguió encontrando plumas negras de ave.

Un sueño. Se dio cuenta de que no era un sueño, pero quizá eso lo tendría más agusto. En ese momento se percató que frente a él, había alguien en posición sedente, y se veían claramente su columna vertebral y sus costillas. Todo se apagó en ese momento.