viernes, 26 de septiembre de 2008

Apuntes de la Alameda I

Me gusta sentarme a ver el transitar de las personas. Hay cada personaje...
Es lo que me agrada de la Ciudad. Lo diverso e inimaginable de su población.
Me gusta sentarme y sentir emoción y disfrutar. Pero ¡carajo! Estoy crudo y no siento nada.

sábado, 20 de septiembre de 2008

Apuntes de la banca I

El rechinido que se escuchaba cada que se columpiaba, hacía saber lo oxidado que se encontraba.
En el interior todo se mecía rápida y estrepitosamente, en un alboroto casi caótico. Sin embargo, era justamente eso lo que le daba diversión al niño: el balanceo y el ruido, el cual, lejos de aturdir, creaba un acompasado sonido,el cual sugería música de esa que crea la ciudad -y que estimula el oído.
Con su manita infantil, y con una sonrisa dibujada en su rostro, el niño era feliz meciendo con fuerza un basurero en la Alameda.

EPÍLOGO.
El niño de pronto se fue corriendo, pero la música continuó hasta que poco a poco se desvaneció entre el ruido de los pájaros y el trinar de los motores.

domingo, 14 de septiembre de 2008

Vieja Ciudad

de Hierro, como dice Rockdrigo.

Abro mi ventana en la noche.
El frío viento entra y me trae
a cortos acarreos
tus nocturnos sonidos,
de silencio que se oye,
de fierros que crujen,
de camiones que andan,
del ombligo de la luna
que hoy es llena y las nubes la cortan.
Vieja Ciudad de Hierro, si algún día tu historia tiene algún remanso, dejarías de ser ciudad...

miércoles, 10 de septiembre de 2008

La tira, la barbacha y la mezcla.

-¿Y cómo le ha ido? ¿Qué tal el changarro? -preguntó el operador del colectivo.

-Pus fíjese que lo dejé. Un rato nomás -respondió el uniformado pasajero.

-¿Apoco? ¿Y eso? Yo creía que la barbacoa sí dejaba lana...

-Pues hasta eso sí -respondió, acomodándose la gorra azul con su reluciente placa dorada- Lo que pasa es que ahorita me cayó una chamba en una obra.

-Apoco también la hace de albatros...

-Pus sí, es que en la albañilería, si son chambas grandes, le pagan a uno bien.

-Pero ha de ser una joda ¿no?

-Pus todo lo que deja lana es una chinga, sino pus cómo, compadre...

-Y en el cuartel apoco no lo dicen nada, son muy duros ¿no?

-Ey, pero lo que pasa es que me estoy aventando turnos completos sábado y domingo, de veinticuatro horas. Ya con eso me dan toda la semana libre, y pus la utilizo pa ir a la obra, porque pus imagínese, me aventé 120 de loza, yo solito ora sí que desde los cimientos. Me fue rebién.

-Ta suave, pero pus ay' cuando otra vez le haga a la barbacha, a ver si me invita unos tacos ¿no?

-Le voy a dar unos de pellejo.

-Oh pues, me agarra desprevenido...


miércoles, 3 de septiembre de 2008

Nereidas.

El timbre anunció el próximo cierre de puertas. Algunos entraron apresurados y, ya adentro, buscaron acomodo en el poco espacio que había. En general, había rostros cansados, serios, largos. Incluso quienes iban acompañados, no charlaban, simplemente comentaban algo y uno u otro asentía, sin emitir una palabra. El ambiente de calor húmedo de las 7: 30 de la tarde.

El movimiento comenzó, pero no a la par de las llantas, sino al compás de unas notas. No era lo de siempre, una bocina que taladra los huesecillos del oído, ni una vendedora de la oferta la promoción. Entre el denso ambiente se oyó, hermoso, el inicio, los primeros acordes de una pieza muy bien conocida por todos. Tara-ra rara rara (tararará) Tan-tan-tan, tun tun tun turun turún tun tun tun...

La gente volteó, pero no se precisaba de donde venía el sonido. Pero alegró a los usuarios. Era en vivo, era un clarinete bien afinado, llevando el compás preciso... y el sentimiento de un intérprete de danzón. Algunos comenzaron a golpear el tubo al ritmo; otros, silbaban la conocida tonada, o tocaban unas claves imaginarias en su rodilla. Unas tenues sonrisas, pero muy verdaderas, brotaron de las comisuras de varias personas. Algunos se alzaban de sus asientos para buscar al músico que, en el mejor y más real sentido de la palabra, deleitaba a todos los presentes.

Varios usuarios, quienes disfrutaban de la melodía comenzaron a buscar. No pocos hurgaron en sus bolsillos, en sus carteras para darle al músico aún no visible, una moneda, por hacer realmente ameno una parte del trayecto.

Se asomó de pronto, era una persona común y corriente a ver, moreno, de barba y bigotes no muy poblados, de regular estatura. Se identificó por traer el clarinete en la mano, y le fué bien, pues no pocos cooperaron con el músico.

Cuando descendió, todavía algunas personas seguían silbando aquel famoso danzón, Nereidas, y cuando todos avanzaron en el andén, el sonido de los pasos simulaba una antigua pista de salón, y los tacones marcaban el ritmo de un danzón que ya no se escuchaba...