miércoles, 29 de octubre de 2008

Calavera a mí.

Calavera dedicada a su servilleta escrita por mi amiga Tania. La publico con mucho cariño y agradecimiento. ¡Salú!

La muerte andaba rondando
Por los bares de Coyoacán,
Cuando de pronto vió a Oscar chupando
Y de inmediato se quiso apuntar.

Tremenda peda llevaba,
Que ni cuenta se fue a dar,
Que la flaca con quien bailaba,
Pa´l otro lado se lo iba a llevar.

Dieron las 6 de la mañana
Y Oscar apenas podía caminar,
Pero la Parca muy abusada,
Ofreció llevárselo a descansar.

Recostado dentro del féretro,
Oscar se puso romanticón,
Y jalando a la muerte pa´ dentro,
Que se avientan un encerrón.

En la noche lo enterramos,
A pesar de sus lamentos,
Es ahí donde terminan los borrachos,
Y también los calenturientos.

martes, 14 de octubre de 2008

A gritos.

Era media tarde, y ya comenzaba a oscurecer. Algunos autos ya habían encendido los faros, y era la hora en que la Ciudad se comenzaba a congestionar.
De igual modo, los micros comenzaban a atestarse de gente, la cual esperaba impaciente en la parada -una bahía para que las unidades se orillaran, pero que pocos microbuseros utilizaban como se debe.
Justo en esa bahía, se hallaba un sujeto que, voz en cuello, anunciaba los destinos "¡Súbale súbale! ¡Ya se va! ¡Xoshimilco centro, La Noria!". Y seguía con su "¡Xochi Xochi! ¡Todos vienen igual de llenos!"
La escena era perfumada por el aliento dulzón de la cloaca que estaba en la bahía, y se complementaba con las exhalaciones de los mofles.
Entre el tráfico, una unidad se aproximaba. El gritante avanzó hacia el microbús y alzó un abrazo, agitándolo y con señas de "viene-viene", haciendo eso como si fuera parte de su chamba. Ya que el micro estaba medio orillado, comenzó la gritería de nueva cuenta. Los pasajeros subían y se apretujaban. "¡Recórranse bien hacia atrás!", continuaba desde abajo gritando.
El microbusero le dió un billete de cincuenta pesos a su chalán para que se mochara con el gritante.
-¿Tienes cambio? -preguntó el chalán.
-A ver, deja ver -y sacó un bonche algo grande de morralla de la bolsa.
-¡Órales! -dijo sorprendido el chalán al ver la cantidad de dinero- Gritar sí deja ¿verdad? -preguntó, mientras el gritante contaba las monedas. Éste lo volteó a ver, y con una especie de sonrisa contestó:
-No pus, ¡Todo deja! Es cosa de echarle ganas...

jueves, 2 de octubre de 2008

Lágrimas.

Todos sabían dónde se hallaba, y el misterio que envolvía. Difícil era explicar para muchos de los habitantes del pueblo lo que acontecía en aquella roca, de caprichosa forma, que descansaba a un costado del camino real. Y es que diferentes eran las versiones. Algunos decían que era la piedra del diablo, y que debajo de ella había una entrada al purgatorio; otros, que ahí debajo se hallaba un tesoro y otros más que era la tumba de algún viejo dignatario indígena que murió trágicamente durante la Conquista. La mayoría conincidia al decir que era la piedra de la Llorona.
Y es que de pronto, un extraño día, cuando despuntaba el alba, quienes pasaban por allí vieron sendas gotas derramadas en la gran piedra.
A partir de entonces, todo mundo se preguntaba qué era lo que pasaba, por qué la Llorona iba a esa piedra a derramar sus lágrimas, intentando sanear sus penas. Pero nadie se atrevía a averiguar el temible fenómeno.
Pasó el tiempo y con él, aumentó el temor y la curiosidad de los lugareños por saber qué pasaba. Llevaron al sacerdote a bendecir la piedra, algunos que pasaban caminando dejaban veladoras o flores, o simplemente se santiguaban al pasar por el lugar, esperando que con ello cesaran las apariciones de las lágrimas del alma en pena.

De pronto, una noche, se escucharon maléficas carcajadas y desgarradores gritos, que el viento traía desde el camino en donde la piedra se hallaba.
De la gente que se asomó de sus casas, se juntó un puñado, entre hombres y mujeres para averiguar por fin de qué se trataba tan tenebroso acontecer. Fueron a llamar al padre para que los acompañara. Tomaron antorchas y armas tales como crucifijos, imágenes de la Virgen de Guadalupe y rosarios, y se encaminaron al lugar.
La noche tenía de esa oscuridad que hasta da miedo de no ver más allá de las narices. Ni luna había y las escasas estrellas no eran suficientes para iluminar nada.
Conforme se iban acercando, las risas bajaron de nivel, como si las hubieran ahuyentado. Las antorchas con sus destellos iluminaban el camino, y la gente del pueblo temblaba por los nervios y por el miedo de la aparición que pudieran presenciar. Se escucharon voces como rasposas desde la piedra, pero inentendibles, no parecía castellano. Al escucharlas, el contingente se aterró, y se apretaron quedando muy cerca unos de otros. Las mujeres que estaban presentes se persignaban con evidente angustia y desesperación, una y otra vez, y sus rostros iluminados por el fuego mostraban sus velos y sus labios temblorosos entonando todas las oraciones que conocían. Entonces los hombres más valientes, acompañados del no poco nervioso padre, dejaron la vanguardia del grupo y se adelantaron para averiguar qué pasaba.
La luz de las antorchas dio cuenta de dos siluetas que tambaleaban, y el efecto que causaba las sombras, hacía ver como si fueran espectros a punto de desaparecer. Pero lo que hallaron fue a un par de hombres.
-¡Hey! ¿qué hacen aquí? ¿no saben del peligro que corren? -gritó el padre.
-¡Aquí espantan, hay que tener cuidado! -secundó uno de los de antorcha.
-¿Esbantan? ¡hip! ¡Cómo que esbantan! ¿Usté ha visto algo -hip- urraro compadre?
-Pus no compadrito, yo nomás miro que ya se nos está'cabandoel pisto.
-Ah qué caray compadre -hip- pss mejor hay que decirlee al padrecito que si no trai vinit'de consagrar.

Entonces, el compadre, le dio un trago a la botella, se lo pasó y, rasposo, hizo un sonido para sacar algo del cogote y de atrás de la campanilla. Lo acumuló y ¡splut! esupió una misteriosa lágrima verde más a la piedra de la Llorona...