jueves, 2 de octubre de 2008

Lágrimas.

Todos sabían dónde se hallaba, y el misterio que envolvía. Difícil era explicar para muchos de los habitantes del pueblo lo que acontecía en aquella roca, de caprichosa forma, que descansaba a un costado del camino real. Y es que diferentes eran las versiones. Algunos decían que era la piedra del diablo, y que debajo de ella había una entrada al purgatorio; otros, que ahí debajo se hallaba un tesoro y otros más que era la tumba de algún viejo dignatario indígena que murió trágicamente durante la Conquista. La mayoría conincidia al decir que era la piedra de la Llorona.
Y es que de pronto, un extraño día, cuando despuntaba el alba, quienes pasaban por allí vieron sendas gotas derramadas en la gran piedra.
A partir de entonces, todo mundo se preguntaba qué era lo que pasaba, por qué la Llorona iba a esa piedra a derramar sus lágrimas, intentando sanear sus penas. Pero nadie se atrevía a averiguar el temible fenómeno.
Pasó el tiempo y con él, aumentó el temor y la curiosidad de los lugareños por saber qué pasaba. Llevaron al sacerdote a bendecir la piedra, algunos que pasaban caminando dejaban veladoras o flores, o simplemente se santiguaban al pasar por el lugar, esperando que con ello cesaran las apariciones de las lágrimas del alma en pena.

De pronto, una noche, se escucharon maléficas carcajadas y desgarradores gritos, que el viento traía desde el camino en donde la piedra se hallaba.
De la gente que se asomó de sus casas, se juntó un puñado, entre hombres y mujeres para averiguar por fin de qué se trataba tan tenebroso acontecer. Fueron a llamar al padre para que los acompañara. Tomaron antorchas y armas tales como crucifijos, imágenes de la Virgen de Guadalupe y rosarios, y se encaminaron al lugar.
La noche tenía de esa oscuridad que hasta da miedo de no ver más allá de las narices. Ni luna había y las escasas estrellas no eran suficientes para iluminar nada.
Conforme se iban acercando, las risas bajaron de nivel, como si las hubieran ahuyentado. Las antorchas con sus destellos iluminaban el camino, y la gente del pueblo temblaba por los nervios y por el miedo de la aparición que pudieran presenciar. Se escucharon voces como rasposas desde la piedra, pero inentendibles, no parecía castellano. Al escucharlas, el contingente se aterró, y se apretaron quedando muy cerca unos de otros. Las mujeres que estaban presentes se persignaban con evidente angustia y desesperación, una y otra vez, y sus rostros iluminados por el fuego mostraban sus velos y sus labios temblorosos entonando todas las oraciones que conocían. Entonces los hombres más valientes, acompañados del no poco nervioso padre, dejaron la vanguardia del grupo y se adelantaron para averiguar qué pasaba.
La luz de las antorchas dio cuenta de dos siluetas que tambaleaban, y el efecto que causaba las sombras, hacía ver como si fueran espectros a punto de desaparecer. Pero lo que hallaron fue a un par de hombres.
-¡Hey! ¿qué hacen aquí? ¿no saben del peligro que corren? -gritó el padre.
-¡Aquí espantan, hay que tener cuidado! -secundó uno de los de antorcha.
-¿Esbantan? ¡hip! ¡Cómo que esbantan! ¿Usté ha visto algo -hip- urraro compadre?
-Pus no compadrito, yo nomás miro que ya se nos está'cabandoel pisto.
-Ah qué caray compadre -hip- pss mejor hay que decirlee al padrecito que si no trai vinit'de consagrar.

Entonces, el compadre, le dio un trago a la botella, se lo pasó y, rasposo, hizo un sonido para sacar algo del cogote y de atrás de la campanilla. Lo acumuló y ¡splut! esupió una misteriosa lágrima verde más a la piedra de la Llorona...

1 comentario:

Anónimo dijo...

me gusto me gusto!buen escrito
(como siempre)
leerlo a usted siempre es un gusto!
no te pierdas tanto!

sabes siempre que entro me encanta ver tu credencial de bizbirije awwh!
se me hace bien tierna tu fotito de niño chiquito haber si despues me la pasa!


se le aprecia cuidece"

ate itzel