martes, 14 de octubre de 2008

A gritos.

Era media tarde, y ya comenzaba a oscurecer. Algunos autos ya habían encendido los faros, y era la hora en que la Ciudad se comenzaba a congestionar.
De igual modo, los micros comenzaban a atestarse de gente, la cual esperaba impaciente en la parada -una bahía para que las unidades se orillaran, pero que pocos microbuseros utilizaban como se debe.
Justo en esa bahía, se hallaba un sujeto que, voz en cuello, anunciaba los destinos "¡Súbale súbale! ¡Ya se va! ¡Xoshimilco centro, La Noria!". Y seguía con su "¡Xochi Xochi! ¡Todos vienen igual de llenos!"
La escena era perfumada por el aliento dulzón de la cloaca que estaba en la bahía, y se complementaba con las exhalaciones de los mofles.
Entre el tráfico, una unidad se aproximaba. El gritante avanzó hacia el microbús y alzó un abrazo, agitándolo y con señas de "viene-viene", haciendo eso como si fuera parte de su chamba. Ya que el micro estaba medio orillado, comenzó la gritería de nueva cuenta. Los pasajeros subían y se apretujaban. "¡Recórranse bien hacia atrás!", continuaba desde abajo gritando.
El microbusero le dió un billete de cincuenta pesos a su chalán para que se mochara con el gritante.
-¿Tienes cambio? -preguntó el chalán.
-A ver, deja ver -y sacó un bonche algo grande de morralla de la bolsa.
-¡Órales! -dijo sorprendido el chalán al ver la cantidad de dinero- Gritar sí deja ¿verdad? -preguntó, mientras el gritante contaba las monedas. Éste lo volteó a ver, y con una especie de sonrisa contestó:
-No pus, ¡Todo deja! Es cosa de echarle ganas...

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