Si yo te bajara el sol...
¡quemadota que te dabas!
¡Abas!
Y en eso, una hermosa voz me secundó con mucha alegría... ¡Abas! y no era ninguna de mis amigas. Volteé la mirada y sonreí al darme cuenta de que aquel acompañamiento era de una señora de vestimenta humilde que estaba recogiendo el cartón del rinconcito. Fue tal su gusto de escuchar la canción, reflejado en su sonrisa, tanto como el mío, así que nos estrechamos la mano, terminamos el siguiente verso, y nos quedamos con la satisfacción de que estas canciones, tan bonitas y divertidas, siguen viviendo en el presente, y que tenemos que encargarnos de que sigan existiendo, porque sino,
vida mía las olvidabas...
¡abas!
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