El día transcurría como todos, con el movimiento normal. La gente esperaba el tranvía en la estación. Los que llevaban más prisa, tomaban un cocodrilo para llegar más pronto a las orillas de la ciudad, lugares como San Antonio Abad o Balbuena.
Roberto, como siempre, iba tarde. Entre una zancada y otra, se iba abotonando el suéter del uniforme y cerrando su mochila de cuero. Agitado, llegó disminuyendo el paso al apeadero del tranvía y se sentó en la banca para tomar aire, y esperar el siguiente vagón.
A su lado estaba un señor con la piel arrugada. Se hallaba serio y con la mirada fija hacia el frente. Sacó un fósforo para enceder un cigarrillo, el cual fumó despacio, pero sobre todo, en silencio. Cuando estuvo a punto de apagarse, le preguntó al chico si sabía la hora, a lo que respondió negativamente. En seguida, le cuestionó acerca de la ruta que pasaba por ahí:
-¿Aquí cual tranvía pasa muchacho?
-Pus este agarra por San Juan de Letrán, pasa por la Ribera de San Cosme y se va hasta el rumbo de Tacuba. La última estación es por allá por los panteones.
-¿Por los panteones?
-Sí.
-Perfecto. Gracias.
Transcurrió el silencio y Roberto fue quien ahora comenzó la charla.
-¿Entons va pa esos rumbos?
-Sí, me queda perfecto en la última estación. Pero estoy esperando a alguien. Parece que van a pasar por mí para llegar hasta allí.
-¿Y se puede saber a quién está esperando?
-A mi viuda. Parece que ahí vienen, atrás de esa carroza. Hasta luego -y se despidió tocando el ala de su sombrero.
2 comentarios:
mi favorito jaja, muy bueno, sigue escribiendo...la manera en que describes los contextos me late
nadia
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