viernes, 15 de junio de 2007

El Trono

Solíamos comprar la leche en el establo, bronca, recién ordeñada, en los tiempos en que la avenida prolongación División del Norte (la entrada a Xochimilco) estaba aún cubierta de milpas de maíz.

El establo estaba junto a la Prepa 1 y era de los papás de un compañero del jardín de niños, al que le decíamos Pepe. En el establo sólo había guardadas unas dos vacas, y las demás estaban en un terreno baldío justo enfrente, en donde actualmente se yergue un Burguer King. Allí, las vacas sólo estaban atadas del cuello, por lo que podían caminar con cierta libertad por todo el lugar. Obviamente, al moverse libremente, también tenían la completa libertad de orinar o defecar en donde quisieran, o donde les agarraran las ganas. Ese hecho daba como resultado que hubiera heces --pastito molido, nos decían a los niños--, y orines dispersos por todo el suelo del lugar. Las montañas de caca alcanzaban entre 35 y 40 cms. sobre el nivel del piso, y parecían islas rodeadas por pequeños mares de orines. Por tanto, uno tenía que pisar con cuidado, si no quería mancharse el calzado o la ropa de excreciones vacunas.

Un día, Pepe nos invitó a ver el proceso de ordeñado. Lo malo es que una vaca había tenido un becerrito recientemente, el cual no tenía atadura alguna y, ese sí, vagaba por toda el área sin ninguna restricción. Yo me acerqué a él para verlo, porque quería ver si ya le estaban saliendo los cuernos, pero el animal, pequeño y temeroso, se asustó e hizo un movimiento repentino que provocó que yo, pequeño y temeroso, retrocediera sin darme cuenta de lo que había a mis espaldas: una de esas islas de popó de vaca a la cual, por causa de un resbalón con los orines del suelo, caí sentado cual rey en su trono, así con descansabrazos y todo. Estuve un instante así, en tan jocosa situación hasta que llegó alguno de mis padres y me jaló de un brazo para levantarme del estiércol y regañarme por que traía una de mis chamarras más decentes y cómo con ella se me ocurrió sentarme en el pastito molido.

Nunca he tenido de nuevo una situación similar y espero que jamás se repita. Eso sí, para la próxima ya sé que no hay que acercarse tanto a un becerro al que le da miedo todo. Pero la culpa esa vez, claro, la tuvo el becerro por coyón.

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