miércoles, 6 de febrero de 2013

La veladora

-Señora... ¡Señora! Ya no puede estar aquí, ya es muy tarde.
-¿Mh?
-Que ya es muy tarde, que ya se vaya. Además, hace mucho frío, y su rebozo no lo alcanza a atajar.
No hubo respuesta. La gélida neblina humedecía ya el empedrado, apenas iluminado por la veladora que ella traía en la mano.
-Déjeme acompañarla --le dijo, a la vez que la tomó del brazo. Ella no se movió, y apenas dejó ver su rostro, cuando lo destapó levemente y le sopló a la cera. La luz se disipó, y sólo quedó el olor a humo y el rebozo en las manos del joven.

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